SOBRE EL RESULTADO DE LAS ELECCIONES EN ITALIA Y EN EUROPA. AVANZADA LA OLEADA NEGRA DEL FASCISMO Y LA NECESIDAD DE LA REVOLUCIÓN DEMOCRÁTICO-POPULAR

La crisis general del imperialismo y del capitalismo monopolista de Estado (privado y público) impulsa al gran capital y las grandes rentas de los bloques reaccionarios dominantes de los diversos países europeos a poner en primer plano la ofensiva económica y política contra el proletariado y las masas populares (amplios sectores de mujeres y de jóvenes, trabajadores de los servicios, pequeños emprendedores, campesinos pobres, etc.), a acentuar la opresión contra los pueblos oprimidos y las pequeñas naciones (a partir del apoyo al genocidio del pueblo palestino), a profundizar el expansionismo belicista y la participación en la guerra inter-imperialista que se está delineando como una larga guerra de posición. Todo esto alimenta desde hace décadas en los países europeos una creciente corporativización de la sociedad y una irreversible fascistización de las instituciones y de los varios aparatos estatales. Tales procesos que, en su conjunto, son expresión de la fase agonizante del imperialismo.

En este marco se extiende la crisis hegemónica de los sistemas parlamentarios, de los partidos históricos de la burguesía, de los grandes sindicatos reaccionarios. El abstencionismo de masa, a veces incluso mayoritario como en el caso de nuestro país, es la expresión principal de esta crisis que indica la separación ya abismal entre el proletariado y las masas populares y las formas habituales del ejercicio de la hegemonía reaccionaria.

Sobre otro lado y opuesta vertiente la crisis hegemónica es alimentada por parte relevante de las capas medias reaccionarias golpeadas por la crisis (pequeña burguesía privilegiada en general y por tanto aristocracia obrera y de los servicios, personal de los aparatos hegemónicos, estratos de los empleados, pequeña empresa explotadora de fuerza de trabajo y campesinos ricos, etc.). Estos estratos de las capas medias de hecho reivindican más poder, privilegios y más represión y se postulan como base social de masa de la burguesía, del gran capital monopolista, y de las rentas variadamente unidas al Estado y al capital internacional.

Son estas las coordenadas de fondo a la luz de las cuales leer e interpretar los resultados de las elecciones italianas y europeas. Estas elecciones confirman el carácter irreversible de la tendencia a hacer emerger una forma política adecuadamente correspondiente, en el plano de la composición de los parlamentos y de la formación de los ejecutivos de gobierno, a la corporativización y fascistización desenfrenada de la sociedad y de las instituciones burguesas reaccionarias. Todo esto en la tentativa de buscar una salida, funcional a los intereses estratégicos del gran capital y a la desenfrenada crisis hegemónica de los diversos Estados.

Las elecciones muestran como por dondequiera que avancen las fuerzas políticas abiertamente fascistas y como dondequiera tales fuerzas estén poniendo cada vez bajo más presión las liberales semi-fascistas y las de centro-izquierda y socialdemocratas, de hecho socialfascistas, que por varias décadas fueron las principales protagonistas al servicio de la fascistización, del expansionismo belicista y de la ofensiva económica contra las masas populares. Este tipo de situación obligará a las fuerzas liberales-semifascistas a unirse, en el plano de las alianzas de gobierno, o con las socialfascistas o en medida creciente con las fascistas. En ambos casos serán las fuerzas fascistas a tener ventaja de ello.

Excluir la posibilidad de que la situación, en el plano de los resultados electorales, en uno u otro país o en la mayoría de los países europeos, pueda en el futuro temporalmente invertirse significa tener y proponer una visión mecanicista de estos procesos con el único verdadero resultado de disminuir el problema del fascismo. Más bien es lo opuesto previsible de que la tendencia a la plena afirmación del fascismo, con la permanencia o no de formas parlamentarias y de fuerzas de oposición, se afirmará del todo solo a través de las oscilaciones. Por otra parte justo estas oscilaciones caracterizaron, a partir de los primeros años veinte, la fase intermedia entre la primera y la segunda guerra mundial. Además es mecanicista pensar que la afirmación del fascismo hoy pueda corresponder plenamente a las formas asumidas por el régimen de Mussolini o por cualquier otro régimen fascista del pasado. La misma burguesía aprendió de las derrotas sufridas en el pasado y por tanto también desarrolló nuevas instituciones y nuevas estrategias reaccionarias para afirmar el fascismo.

Los resultados de las elecciones italianas y europeas remiten, con el desenfrenado abstencionismo, a una embrional polarización política. una polarización acentuada también por el desarrollo en curso de movimientos de oposición de masa, incluso aún caracterizados por la hegemonía de fuerzas economistas, reformistas y movimientistas. Hay que relevar entonces como parte, aún minoritaria, del abstencionismo se coloca de hecho a la extrema izquierda de la alineación política. El mismo abstencionismo de masa, en su conjunto, evidencia que existe una parte relevante de la clase obrera, de los jóvenes, de las masas populares y de las micro-empresas que, aún en modo oscilante, confuso y disgregado, aspira a un cambio político y social radical.

Las fuerzas que se van colocando en la izquierda de la alineación política resultado de las elecciones europeas son portadoras de programas en última instancia reaccionarios y además no tienen alguna real autonomía de las fuerzas socialfascistas. Entre tales fuerzas que también elevan a veces instrumentalmente el tema del antifascismo, como en el caso de la lista “alianza verde-izquierda” desembocada en el parlamento con el 6% de los votos, el problema del fascismo es reducido a ese de las fuerzas políticas fascistas. Por tanto se oculta el hecho de que estas últimas sean juntas una expresión  y un anillo de la tendencia al fascismo inherente estructuralmente a la crisis, al capitalismo monopolista y al Estado imperialista. La consecuencia es que se propone un “Frente antifascista” con las mismas fuerzas socialfascistas, o incluso libre-fascistas, que continúan siendo promotoras de los procesos de fascistización y corporativización de la sociedad y del Estado.

Fuera de tal alineación, o sea en la extensa galaxia de las fuerzas de la extrema izquierda, se hace una distinción entre quien escogió participar en las elecciones sosteniendo una u otra lista, uno u otro candidato, de quien en cambio elevó la bandera del abstencionismo. En el primer caso hablamos de grupos estrechamente ligados a las fuerzas socialfascistas. En el segundo se trata de fuerzas caracterizadas  por posiciones generalmente erróneas sobre la naturaleza de la crisis general, del imperialismo, del Estado, del capitalismo monopolista de Estado, de la llamada “democracia burguesa” y del problema del fascismo. Sintetizando prevalecen posiciones dogmáticas y mecanicistas (un cierto modo de hacer referencia al marxismo-leninismo acompañado de la lucha contra el maoísmo), consejeristas y obreristas, bordiguistas y sobre todo trotskijstas.

Estas tendencias concuerdan en la subvaloración del problema del fascismo. Esto a causa de la negación de la teoría marxista-leninista-maoísta del imperialismo como fase agonizante del capitalismo y de la crisis del capitalismo (público y privado) monopolista de Estado que lleva al fascismo. Además a causa de tesis de fondo como esa de la identificación entre el parlamentarismo y el sistema de los partidos con la democracia-burguesa de tipo liberal (cuando ya Dimitrov en el histórico congreso de la Tercera Internacional aclaró que el fascismo puede presentarse aún manteniendo un simulacro de sistema parlamentario multipartidista).

Con tal propósito sería subrayado como en Italia no haya ni siquiera habido una democracia burguesa de tipo liberal y como la salida de la segunda guerra mundial haya llevado al reciclaje de fuerzas e instituciones fascistas al interior del Estado, entre el resto no por casualidad las mismas, provenientes del régimen de Mussolini (MSI-FdI) que hoy tienen directamente en mano el gobierno.

Entre las tesis erróneas hegemónicas en la extrema izquierda resalta esa que identifica el fascismo como un régimen terrorista de masa. Se confunde así el fascismo con el tipo de régimen que emerge en las fases de crisis terminal del fascismo bajo la avanzada de la lucha revolucionaria y que, fallido eventualmente el camino de la restructuración en clave liberal-fascista (como en cambio ocurrió por ejemplo con relativo éxito con el fin del régimen franquista en España), no pueden hacer otra cosa que recurrir al terrorismo desplegado en la vana tentativa de prolongar la propia hegemonía.

También en este caso se rechazan las tesis históricas del VII congreso de la Internacional Comunista y se cuida bien de considerar las expresadas por el Partido Comunista de Perú y por el presidente Gonzalo (asesinado en la cárcel, como ocurrió con Gramsci, porque estuvo privado de los cuidados necesarios para su salud), que ya sea en un caso u en el otro niegan que la violencia contrarrevolucionaria sea el elemento central para la caracterización de la naturaleza de un régimen fascista.

Además tal violencia es interpretada en manera reductiva como algo desplegado abiertamente, ignorando todo el proceso de corporativización del Estado que, aún en el estado actual en modo menos llamativo, se traduce en una creciente militarización reaccionaria de la sociedad. En tal sentido se niega la continuidad y en un cierto sentido la profundización de la política del fascismo en nuestro país, vendiendo la idea de que sobre el terreno de la crisis del imperialismo, del capitalismo monopolista y de la desenfrenada crisis hegemónica sea posible en Italia una democracia liberal.

Entre las varias tesis que subvaloran el fascismo particularmente peligrosas están esas que aluden al “antistalinismo de izquierda”, o sea esas consejeristas, obreristas, bordiguistas y trotskijstas. De un modo u otro estas tendencias esencialmente trotskijstas proponen nuevamente la tesis del fascismo como bonapartismo. En esencia afirman que las fuerzas políticas fascistas que están tomando fuerza y afirmándose en los diversos países europeos son expresión de las capas medias golpeadas por la crisis que entrarían en contradicción por un lado con el proletariado y por el otro con la gran burguesía y el capital industrial-financiero (y por tanto con los partidos históricos de la burguesía que se afirmaron en Europa después de la segunda guerra mundial) aspirando a conquistar el control del Estado y de las Instituciones. Veamos las afirmaciones del mismo Trotskij: “Delante de nuestros ojos en Alemania, la democracia fue suplantada por la aristocracia hitleriana, mientras los partidos burgueses están reducidos a pedazos hoy la burguesía alemana no gobierna directamente; desde un punto de vista político se encuentra en completa sumisión a Hitler y a sus bandas”… “Estos mercenarios están sentados en cuello del jefe, a veces le quitan de la boca los pedazos más gustosos e incluso escupen sobre su cabeza calva” [Trotskij, The class nature of the Soviet State, ottobre 1933].

Las teorías sobre el fascismo como bonapartismo disminuyen abiertamente el problema del fascismo. Esto porque contienen paradójicamente la idea de que hoy el ascenso del fascismo en Italia y en Europa no sea del todo reaccionaria, sino que tenga en cambio también un aspecto progresivo. Estas teorías ven en la avanzada de las derechas por un lado la expresión del descontento, de la protesta y de las exigencias de las masas populares y, por el otro, un creciente debilitamiento del dominio y de la hegemonía del gran capital financiero que hoy sería el principal soporte del parlamento “democrático-burgués”. Así operan, como por otra parte ya hizo el bordiguismo en Italia, para aplanar el camino al fascismo y obstaculizar una eficaz reacción del proletariado y de las masas populares.

Una versión extrema de estas teorías la encontramos en el populismo de izquierda en el momento en el cual tal populismo tiende a fundirse con el trotskijsmo. Esta tendencia de carácter cada vez más explícitamente rojo-oscuro asume formas diversas, por ej. en Italia los CARC-nPCI saludaron los resultados de las elecciones europeas escribiendo “Los cabecillas de la UE, los promotores de la guerra, de la sumisión a la OTAN y de la austeridad perdieron terreno por todas partes”. La reciente formación de Resistencia Popular, proveniente del PC de Rizzo, continúa sobre la vieja línea del mismo PC; un partido que ya había saludado en el 2011 el ascenso del movimiento fascista de las horcas. En Alemania tenemos Sahra Wagenknecht (que pretende conjugar nacionalismo, racismo, políticas sociales y fraseología socialista) que tomó el 6,2% de los votos en las elecciones europeas. Lo que aúna tales fuerzas es la idea de que el séquito de masa que están teniendo las fuerzas fascistas ya sea expresión de la manifestación o ya sea de tendencias reaccionarias que de tendencias revolucionarias y que por tanto no se deba contraponerse frontalmente a tales fuerzas, sino al contrario compartir algunas “problemáticas de fondo”.

La situación impone a las fuerzas realmente comunistas de nuestro país una línea política caracterizada por la avanzada de las fuerzas revolucionarias a través del desarrollo de la defensiva estratégica en el marco de una lucha de larga duración por el desarrollo de una revolución democrático popular antifascista sobre la via del socialismo. Revoluciones centradas sobre el desarrollo de una Nueva Resistencia en la forma de la guerra popular. Para tal fin es necesario trabajar en la formación de un partido marxista-leninista-maoísta. En Italia se trata de retomar la Vía de Antonio Gramsci sobre la base del maoísmo y de reconstruir el Partido.

Para avanzar y desarrollar la defensiva estratégica junto al trabajo teórico, político y organizativo, para la constitución de un partido marxista-leninista-maoísta se debe trabajar en la orientación política, en la organización y en la unificación de todas las fuerzas sinceramente comunistas y democráticas sobre la base de la estrategia de la revolución popular.

Se trata de operar en Italia por la construcción de un frente antifascista a hegemonía proletaria que recoja y unifique poco a poco, en el curso de la lucha y del proceso revolucionario, en función de la construcción del nuevo poder popular, los sectores más conscientes y avanzados de la clase obrera, de los movimientos de masa (en primer lugar hoy de los jóvenes, de los estudiantes y de las mujeres), de los estratos más explotados de las masas populares (en particular del Sur y de las Islas), de los varios millones de pequeños emprendedores y pequeñísimos emprendedores de la agricultura, de la artesanía industrial, del comercio, etc. (esos que no ocupan en la media más de una unidad de fuerza de trabajo anual). Se trata de defender, representar y movilizar, en esta perspectiva, las clases y los estratos sociales golpeados por las políticas expansionistas belicistas y por la cada vez más avanzada fascistización del Estado (a partir de las nuevas leyes en vía de actuación, de esas que acentúan la represión contra los movimientos de oposición a la autonomía diferenciada y al premierato). Clases y estratos sufren el yugo del gran capital monopolista y de las grandes rentas viejas y nuevas, que pagan el precio por las políticas belicistas; que hoy están sometidas a la ofensiva económica en curso contra los trabajadores de todos los sectores con el aumento de la explotación y de los precios, la desocupación y la precarización la caída de los salarios y de las pequeñas rentas, la devastación y el desmantelamiento de los servicios sociales públicos; la difusión de las formas de producción y de trabajo semi-feudales y el dramático replanteamiento en el Sur y en las Islas de la Cuestión Meridional.

NUEVA HEGEMONÍA  junio 2024,

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