Las elecciones tienden a ocultar el dato relativo al número de los votos conseguido por el partido fasciata de Rassemblement National [RN] que se afirma como el primer partido del país. En el segundo puesto el llamado “Noivelle Front Populiaire” [NFP] con France Insumise [FI]. La formación de Macron se coloca en el tercer puesto.
El actual sistema electoral francés ha favorecido un resultado que, en términos de acumulación de votos, no refleja las relaciones reales entre las primeras fuerzas políticas de poder. Con la consecuencia de que, por número de diputados, NFP prevalece sobre FI y RN, mientras RN se posiciona solo en el tercer puesto. La distribución de los diputados evidencia más escenarios posibles para la formación del nuevo gobierno, ninguno de los cuales parece sin embargo garantizar una suficiente estabilidad política. La hipótesis que es considerada más probable, teniendo en cuenta que NFP es una colación heterogénea en la cual el ultrareaccionario Partido Socialista dispone de un número de diputados de poco inferior a FI, es esa de disgregación de este circo de falsa izquierda, con consiguiente emersión de un ala que iría a aliarse con Macron. Pero también en el aso de que la parte que hace referencia al “populismo de izquierda” de Melenchon y de FI se colocare en la oposición, tal oposición se caracterizaría por la reanudación de temáticas “soberanistas” y pro-imperialistas, en el marco de una contienda de tipo populista y social-fascista en relación a la extrema derecha, no cierto entonces para una oposición realmente popular y anti-fascista.

En tal caso, las fuerzas políticas de poder tenderían a recorrer nuevamente viejas calles que contribuyeron a determinar la actual crisis política. La situación es sin embargo aún más difícil que antes a causa de la posterior avanzada de las fuerzas abiertamente fascistas.
La burguesía imperialista francesa está obligada a imponer elecciones de gobierno que de todos modos romperán y deslegitimarán a los ojos de las masas el NFP y será cada vez más llevada a sostener un reagrupamiento de fuerzas que incluyen el RN. Eventualidad que disgregaría los componentes liberal-fascistas y eventualmente socialfascistas (en el caso de la implicació de pedazos del actual NFP) y que llevaría, más o menos velozmente y más o menos directamente, a la plena afirmación de las fuerzas más abiertamente reaccionarias que trabajan por la formación y la cristalización de un régimen fascista.
Algunos sinceros comunistas y muchos socialdemócratas, revisionistas, trotskijstas, bordiguistas, obreristas (autónomos), anarco-sindicalistas, etc., consideran que hoy en Francia (y análogamente en los diversos países europeos) haya una democracia burguesa caracterizada por una especie de liberalismo conservador, más o menos caracterizado por una concentración autoritaria del poder de los ejecutivos de gobierno. Como consecuencia, niegan que Francia, como los otros países imperialistas del bloque occidental con guía de EE.UU, esté caracterizada por avanzados procesos de corporativización y fascistización, respecto a los cuales la avanzada de las fuerzas de extrema derecha no puede más que representar un significativo factor de acentuación y aceleración. Estas posiciones son políticamente peligrosas.
Por un lado, de hecho, se caracterizan por las ilusiones democrático-burguesas acerca de la posibilidad de organizar las movilizaciones y la lucha de las masas aprovechándose de efectivos derechos y libertades democráticas y sindicales. La consecuencia es que se tiende, en el desarrollo de la actividad política, a la promoción de movimientos de opinión y de carácter sindical. Se teoriza consecuentemente que las masas tiendan a desarrollar espontáneamente formas de organización de masa y movimientos de lucha, de carácter económico y político, antagonistas al capitalismo y que un cambio político y social radical podrá ser solo la expresión de la unificación y del crecimiento de estos movimientos. Para algunas de estas tendencias de la izquierda radical y de la extrema izquierda, a menudo hegemónicas en los diversos países europeos, la forma de la revolución deberá ser esa de la radicalización de los movimientos y de los organismos. Por tanto se sostiene que el partido es la expresión y síntesis de la dialéctica entre la formación de los cuadros comunistas y el desarrollo de la iniciativa de los sindicatos alternativos y de las luchas de masas.
Por otro lado, la tesis que sostiene que en los países europeos existiría la “democracias burguesa” no es solo un eje de la política y de la estrategia reformista y movimientista, sino que lleva también a la subvalorización del fascismo. En algunos casos, esta subvalorización, como en varias posiciones populistas de izquierda y trotskijstas, deviene una verdadera y propia colusión. Las teorías sobre el fascismo como bonapartismo, o sea como expresión de la crisis de las capas medias que expresarían ya sea tendencias reaccionarias que revolucionarias, fundan esta colusión indirecta con el fascismo. Por otra parte, la misma línea política de la formación del NFP es una combinación socialfascista entre demagogia reformista, fraseología socialista, nacionalismo, defensa del Estado reaccionario y promoción del imperialismo francés.
Se necesita luchar contra estas posiciones reaccionarias que trafican los diversos Estados imperialistas como democrático-burgueses. Bajo el perfil filosófico, no se puede partir de una concepción idealista de la “democracía burguesa” que antes viene sintetizada en fórmulas políticas abstractas y que, sucesivamente, se basarían en un determinado ordenamiento y en un determinado sistema de representación de un específico país. La política es solo la expresión concentrada de la economía. Por tanto, para afrontar la cuestión desde un punto de vista marxista, se necesita partir del problema de la transformación del capitalismo en imperialismo y de la cuestión de la formación del “capital monopolista de Estado”. La democracia burguesa era el producto de la contradicción de la burguesía liberal contra la aristocracia feudal y era expresión de un capitalismo fundado sobre la libre concurrencia. Esto se traducía en una cierta distinción entre “sociedad política” (máquina burocrático represiva) y “sociedad civil” (conjunto de los partidos, de las asociaciones, de las instituciones burguesas designada al ejercicio de la hegemonía burguesa sobre las masas populares y proletarias). Con el desarrollo del imperialismo y la fusión de los monopolios con el Estado, la burguesía liberal se vuelve orgánicamente contrarrevolucionaria. Esta clase se constituye como una oligarquía económica y política que asume directamente la dirección del Estado, acentuando los caracteres represivos y desarrollando un sistema hegemónico corporativo al propio servicio, o sea una “sociedad civil” estrechamente ligada a sus intereses, encargada de representar las exigencias económicas y políticas de fondo.
Con el desarrollo del Capitalismo Monopolista de Estado después de la Ia guerra mundial y con la crisis de finales de los años Veinte, el capitalismo entra en la fase de la crisis general. Sobre esta base los países imperialistas se vuelven, aún en formas diversas, corporativos. La democracia burguesa es vaciada de cada contenido democrático y se transforma en una forma de fascismo abierto y enmascarado por una apariencia liberal. Con el final de la II guerra mundial, ya sea en Francia que en Italia y en Alemania Federal, gran parte del régimen fascista se reprodujo al interior del Estado. Por tanto con mayor razón no se podía más hablar de “democracia burguesa”.
Para tomar un ejemplo de actualidad entre tantos otros, es por tanto del todo errado, además que claramente falso desde el punto de vista teórico, considerar formas parlamentares basadas sobre el presidencialismo, sobre sistemas mayoritarios, sobre el rol de técnicos y expertos, etc., como formas simplemente liberales y no en cambio liberal-fascistas o propiamente fascistas. Las teorías de las décadas pasadas sobre el neo-liberalismo y sobre la globalización cubrieron y ocultaron todo esto, proporcionando las bases ideológicas del postmodernismo, del populismo de izquierda, del movimientismo.
El dato del cual partir no es tanto ese de los varios escenarios posibles, sino el de los objetivos estratégicos perseguidos por el gran capital financiero francés representativo de un país imperialista fuerte, por tanto no en grado de competir a la par con la Alemania y aún ampliamente subordinado, en el ámbito de la alineación de los países imperialistas occidentales, a la superpotencia de EE.UU.
La gran burguesía francesa se encuentra moviéndose en el marco de la crisis general del capitalismo y de su carácter terminal caracterizado por una creciente contradicción con los pueblos oprimidos, que se refleja en el interior del mismo territorio francés, y por una III guerra mundial, que se presenta como una larga y desgastante guerra de posición, de hecho ya iniciada con la guerra inter-imperialista en Ucrania. La gran burguesía francesa está hoy por tanto obligada a acentuar su expansionismo imperialista y su intervencionismo bélico, a buscar desencadenar la “guerra” entre los varios componentes de las masas populares francesas, a trabajar para imponer ejecutivos de gobierno cada vez más abiertamente dictatoriales, a acentuar la ofensiva económica y política contra el proletariado y los estratos más explotados de la pequeña burguesía, a abatir los derechos más elementales y a aumentar la represión. Todo esto significa empobrecimiento creciente de las masas populares, corporativismo, nacionalismo, racismo, guerra y fascismo. Corresponde al sistema hegemónico construido por la burguesía francesa encontrar la vía mejor para la burguesía imperialista para la formación de gobiernos estables y eficientes en grado de interpretar y representar estas directrices estratégicas recogiendo, contemporáneamente, el máximo de los consensos posibles entre las amplias masas populares y proletarias. Para esto servían las últimas elecciones en Francia. Sea RN, o FI o NFP, entraron al terreno compitiendo entre ellas para encontrar una solución a estos problemas y a estas contradicciones. El resultado de las elecciones demuestra que hoy la situación se agravó. Ninguna coalición, de hecho, está en grado de garantizar una efectiva estabilidad política. Además, cualquier coalición de gobierno no podrá acentuar la separación de las amplias masas del proletariado y de los estratos populares del parlamento, y esto más allá del hecho de que con el segundo turno haya aumentado significativamente la participación en el voto. La consecuencia es que tal separación puede fácilmente traducirse en un traslado de consistentes sectores de masa hacia la extrema derecha.
Aún existiendo en Francia un importante núcleo de partido fundado sobre el marxismo-leninismo-maoísmo, promotor en las últimas elecciones de una significativa campaña de boicot electoral que trabaja para la formación de un bloque revolucionario, no se desarrolló ancora una movilización revolucionaria de significativos sectores del proletariado y de las masas populares que permanecen en gran parte bajo la hegemonía de las fuerzas burguesas.
Las masas populares francesas entrarán al terreno y lucharán contra la extrema derecha. Si apoyaron al NFP lo hicieron con esta intención, aún en modo ilusorio. No hay en el horizonte una salida diferente, en el desarrollo de la lucha contra el fascismo y el imperialismo, de esa de la construcción de un bloque anti-fascista a hegemonía proletaria para la apertura de un proceso revolucionario. Esto requiere la lucha no solo contra la extrema derehca, sino también contra una izquierda socialfascista, populista, trotskijsta etc., que obstaculiza el desarrollo de la conciencia, de la organización y de la movilización de clase. Solo el desarrollo del partido comunista marxista-leninista-maoísta francés puede asegurar todo esto al proletariado y a las masas populares.
NUEVA HEGEMONÍA